Canto a María Helena

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Líneas a una voz callada   A María Helena

Canto a María Helena

Angel Almeida (Posadas 14.10.1970) *

Hoy estoy triste porque es primavera,
y mi flor predilecta muerta está;
hoy estoy triste porque allá en la ribera,
mi pájaro azul no cantará más.
 
Supe de ella en época temprana,
cuando temprano eran los dieciséis abriles,
cuando nacía a la vida la flor grana,
y despertaban al día mis ansias juveniles.
 
Antes no la conocía, ni la presentía siquiera,
y el rumor de la gente nunca la nombró;
más, al escucharla cantar por vez primera,
desde un principio su voz me cautivó.
 
La imaginé una mujer de singular belleza,
de larga cabellera y encantos seductores
más, ¡cuán fue mi desilusión y mi sorpresa!
al ver... que era una guainita con alma y folklore.
 
Desde entonces la comencé a adorar,
como el laico pagano adora a su imagen de madera,
y fui testigo anónimo de su consagración crepuscular,
en sucesivas noches de pasión festivaleras.
 
Representó para mí la ilusión pura,
El sueño imposible, el soñado ideal;
y sin que ella lo supiera, por ventura,
me enamoré del grito de su garganta de cristal.
 
Por los escenarios de la tradición virgen,
paseó su radiante y arrebatadora juventud,
y en el anfiteatro griego, como su latino origen,
conquistó a ese monstruo llamado multitud.
 
La sabía traviesa, divertida y jovial,
a la que mucho, mucho le gustaba cantar;
y no obstante ser simpática como un gorrión sentimental,
era la dulce y sencilla juglar.
 
Mi admiración siempre fue íntima y secreta,
y fui feliz con solo oir el plañir de su canción
porque muchas veces me identifiqué en sus letras,
y porque cantaba con alma, vida y corazón.
 
Al influjo de su simpar serenata,
me saturé de burbujas y costeras melodías,
y tarareando en mi canoa sus sonatas,
fui con ella a un mundo de eternal policromía.
 
Al conjuro de su canto maravilloso,
Tomó mi vida nuevo sentido, y nuevo color,
Y hasta arrieros, pescadores y hacheros sudorosos
adquirieron nuevo encanto y nuevo amor.
 
Sus alegres canciones de litoreras notas,
me inspiraban cascadas de irisdiscentes brumas,
a cuyo impulso imperioso volaba una gaviota,
sobre el viejo río cuajado de lotos y espumas.
 
Quise despojarla y conservarla a mi lado,
Para vivir eternamente de su voz;
y para ello construí un ranchito soñado,
hecho de hojas verdes y flores, para los dos.
 
La querían los pájaros, la amaban las flores,
y el público la mimaba... y ella lo sabía;
y a cada vez que vibraba el folklore,
mil aplausos y ovación recibía.
 
Todos los años la esperaba con fiebre,
cual ardiente mancebo que aguarda a su amada,
ella siempre llegaba en noviembre,
y en diciembre, yo triste quedaba.
 
Y la última vez también llegó,
con las postreras luces del festival de la canción;
cantó como nunca, como jamás cantó,
y allí al verla, se me abrió el corazón.
 
Luego acaeció la terrible tragedia,
que su vida tan joven tronchó;
la irónica y siniestra comedia,
que sin su amor modular me dejó.
 
Quisiera viajar en su voz y llegar a su génesis,
hasta la esencia misma del ser;
y con manos creadoras y facultad de sui géneris,
devolverle la vida en postrer renacer.
 
La lloró la ribera, la lloró el litoral,
y hasta el gran río de pena se abrió;
 lloraron las guitarras, el folklore, lloró el zorzal,
y yo no lloré, más una parte de mí también murió.
 
"Me queda su sonrisa, grabada en el recuerdo,
y el corazón me dice que no la olvidaré;
y ahora al quedarme solo, sabiendo que la pierdo,
quizás comience a amarla como jamás la amé".

* NOTA: El autor remitió su colaboración poética al leer la iniciativa de la CHMH de organizar el primer homenaje.